cuarenta
por Armando Q.
20min para escribir.-
¡que no tengo miedo! grita
Eulalia, asfixiando con su aliento de azufre, llegas a ver las paredes
derretirse, los dos se callan. Eduardo entiende que no puede ahora hablar con
ella, deja caer el lapicero que tenia en la mano, se levanta de su asiento,
extiende el brazo para coger su abrigo, y sin decir una sola palabra, se dirige
a la puerta, la atraviesa cual estaca atravesase al corazón. Eulalia entiende
que al cerrarse aquella puerta, también se cierra la posibilidad de volver a
verlo, pero algo en ella la hace cambiar de opinión, no encuentra las palabras
adecuadas, deja que Eduardo se vaya. El sonido de la puerta se escucha en todo
el ambiente y rebota en cada objeto, en las paredes, los sofás, las lámparas,
no habiendo daño físico alguno. Solo la sofocante y angustiosa culpa que sentía.
Ella lo sabía, sabia que era su culpa. No es por nada, pero entendió tarde que
las cosas cambiarían. Es cuando piensa en el día anterior, a esta misma hora,
estaba en brazos de su amado, contemplando la tarde que se esmeraba en no
buscar su retirada. Piensa que a esta misma hora, sus ojos anduvieron
contemplando el cuerpo de él, desnudo, su pequeña cicatriz de una operación a
la vesícula, le parecía algo escasa, para cambiar de opinión, con respecto a la
perfección de su hombre. En como No escuchaba mas nada, que los latidos hondos
del corazón, que a cada instante se acrecentaban, la llamaban a tocarlo. Piensa
también, en ese preciso momento, en lo que dijo en la ultima reunión familiar,
donde anunciaron la gran noticia, las palabras que utilizo, los comentarios de
la gente, los murmullos, las carcajadas de sus hermanos, los comentarios de
Eduardo queriendo disipar la atmósfera preocupante, entiende que todo
cambiaria, prueba el miedo que se aloja en su cuerpo y recorre su columna, se
expande, la entumece, se afiebra, sacude, escasea el aire, se esconde la
vergüenza, y ella también coge fuerzas para poder ser fuerte. Ya todo se había
dicho, y necesitaban aquel tiempo a solas, para determinar que harían al
respecto. Ya que el miedo seguía ahí, no se escondería, no se esfumaría por
arte de magia, las cosas debían ser habladas, ya después de ello, deberían
tomar una decisión, pero aquella implicaría que los dos, surcarían otros ríos,
otros mares juntos, creyendo que estando juntos podrían afrontarlo todo.
Eduardo sabía que el mayor riesgo eran los años que habían pasado. Ya no
contaban con las mismas fuerzas, la misma juventud que se ausenta con los años.
Ya no eran los mismos, y si querían intentarlo deberían estar seguros. Fue cuando
recuerda el momento en que por desprendimiento de sus emociones, Eduardo
pregunto sin que su voz se cortase -¿No tienes miedo?- pero al verse
vulnerable, y de que su respuesta fuera impedimento para poder seguir con el
plan en comienzo, ella decidió ser fuerte, y solo convencerse a si misma que
no, el miedo no habitaba en su cuerpo. Fue el comienzo de todo. Eduardo sabia
que el miedo es el enemigo de todos, suele apoderarse de las personas, hacerlas
caer en pánico e incluso, volverlas intolerantes. Pero en el caso de Eulalia,
sabia él, que ella no diría nunca que lo tenia ya habitándola. Obstinada, desde
la juventud, sabia que no podía con ella, y sabia también que comenzar una
discusión se volvería en contra de los dos, por ello, decidió dejar a Eulalia
acallar sus pensamientos negativos, y salir de aquel departamento. Para luego
dirigirse a pensar. El parque estaba cerca, que mejor lugar para acomodar sus
pensamientos. Eulalia entendió el mensaje mucho después, ya un poco más
tranquila, llamo a Eduardo por el celular, para preguntarle donde estaba, el ya
con otro tono le dijo: viendo las estrellas caer. Ella sonrió, él sabia de
antemano que su amada entendería el mensaje por teléfono, no hacia falta
decir -ven, acompáñame a ver las
estrellas- a veces los corazones que se
conocen suelen entenderse a base de acertijos, suelen llegar a tal punto de
entendimiento y utilizar menos palabras, ya que el amor madura con el tiempo.
Complementarse. Ella escoge su atuendo, se arregla los cabellos que en la mañana
anduvieron rebeldes, escoge el labial que le gusta a él, y los zapatos que hacían
juego con su vestimenta, disimulando un poco sus primeros meses. Brillaba, él noto al instante, al verla, que ya su
aura era otra, que su amada había regresado, que no podían perderse la noche,
que al final, lo intentarían de nuevo, hacer el amor, volver a querer ser
padres. Ya que ‘los cuarenta’, no siempre son un impedimento.