enero 21, 2012

Nunca es Tarde para Amar [por Glendalis Lugo][escritores invitados]

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Escritores Invitados
por Glendalis Lugo
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Nunca es tarde para Amar


Era una noche fría y llena de soledad y yo sólo miraba su retrato, lloraba por un amor del pasado. Venían a mi mente tantos momentos vividos al lado de ella... su nombre era Sandra, de piel morena clara, ojos verdes encantadores y una melena negra hermosa, era un placer estar con ella. La dejé porque en esos momentos tenía muchas ambiciones y no quería compromisos, aunque la amaba, culminar mis metas era primero que nada. Lo último que supe de ella era que estaba embarazada, me pregunté si era mío pero ella nunca me buscó, ni cuando dio a luz a su bebe, y ya jamás la volví a ver. De eso hace mas de cinco años. Me decía que debía buscarla y pedirle perdón por mi egoísmo y cobardía, más ahora que mi vida se acababa con un cáncer alojado en uno de mis pulmones y que se había regado por todo mi cuerpo. Todo por mi mal hábito de fumar. No me quedaba mucho tiempo de vida quizás dos o tres meses.

Contraté un detective privado, le di todos los datos que me acordé de ella y esperé que me llamara. Mientras tanto aproveché mi poco tiempo de vida y ayudé a muchas personas como yo y a familiares de pacientes de cáncer, ofreciendo seminarios de como sobrevivir con el cáncer, les daba esperanza a pesar de haber perdido toda la mía. Pasaron días, el detective no daba con ella, era como si se la hubiera tragado la tierra, pero no claudiqué, seguí empeñado en encontrarla. Mi corazón me afirmaba que la encontraría. Una tarde salí a caminar y llegué a un parque donde muchos niños jugaban con sus familias. Casi no tenia fuerzas, tenía mucho dolor y los medicamentos no me ayudaban mucho. Me senté en una banca para ver los niños jugando, era raro pero el dolor en esos momentos casi no lo sentía. Me quedaba dormido cuando un balón de fútbol tocó mis pies, lo agarré y esperé que llegaran para devolverlo pero nadie llegaba, me fijé en el balón tenia un nombre grabado era Samir, era gracioso porque era mi nombre.



Dejé el balón en la banca y procedí a irme, de repente escuché que alguien decía mi nombre, me voltié y la vi: era Sandra. Dejé que se acercara, no había cambiado nada, seguía siendo la mujer mas bella que había conocido. Ella me preguntó si había visto a su hijo sin ni siquiera mirarme a la cara, noté su angustia. Le contesté que no y le devolví la pelota ; en esos momentos fue que ella me miró, noté su impresión: era como si todo el dolor regresara a su vida de un sopetón. En su rostro se veían sentimientos encontrados, de la impresión paso a la furia y de la furia paso a la compasión, porque se dio cuenta que algo pasaba conmigo. Eso me mató literalmente ¿cómo una mujer a la cual yo le había hecho tanto daño me había perdonado con sólo mirarme? En esos momentos entendí la grandeza del amor y del perdón.





Empecé a toser fuertemente, no me podía contener y no tenía ni las fuerzas para hacerlo. Ella me sentó en la banca y buscó agua, pero eso no fue suficiente, la tos me hacia botar sangre por la boca, no podía creer que en esos momentos mi vida llegaba a su fin. Yo quería hablarle pero ella no me dejaba, entonces apareció el niño, un hombre lo traía de la mano. Aún en mi ataque de tos y dolor me di cuenta de que él era mi hijo. Era como mirarme en un espejo, traté de abrazarlo pero en esos momentos todo se tornó oscuro, pensé que en esos momentos llegaba mi final.



Desperté en un hospital rodeado de enfermeras, yo no podía hablar: algo estaba en mi garganta traté de sacarlo pero eran tubos que me ataban a un respirador. Médicos y enfermeras no se despegaban de mi lado y yo sólo quería irme de allí. Quería ir donde mi hijo, estar con él lo último que me quedaba de vida y devolverle a ella una poca de felicidad. Lágrimas bajaban por mi rostro y siempre había una enfermera que me las secaba. Varios días después me había recuperado, me quitaron el respirador y ya pude respirar por mí mismo, el doctor me dijo que tenía que cuidarme y que ya el cáncer había avanzado demasiado. Mi madre me llevó a su casa, antes de salir del hospital dejé mi dirección y teléfono por si Sandra regresaba y preguntaba por mí.





Para mi todo esto era tan difícil... yo que era un hombre próspero, joven y con muchas metas todavía sin realizar, moría lentamente. La vida era injusta lo sabía; solo le pedía a Dios estar con mi hijo. Ese día llegó, yo estaba sentado en una butaca en la sala, me había aburrido de la cama, la odiaba realmente y siempre trataba de salir de ella. Pero siempre bajo los regaños de mi madre que se preocupaba demasiado. Ella no me demostraba compasión en mi presencia pero en las noches la oía llorar, no debía ser fácil saber que su único hijo moría lentamente, tener las manos atadas y sólo esperar el final.





Oí el timbre de la puerta: me levanté con mucho esfuerzo pero pude abrirla: era Sandra y junto a ella nuestro hijo. Él llevaba en sus manos un regalo y me miraba con ternura y curiosidad, creía que me desmayaría por la emoción pero debía ser fuerte. Mi hijo se merecía felicidad no tristeza, los invité a pasar, mi madre al ver a Samir casi se desmaya, ya le había hablado de él pero verlo en persona era muy diferente, le dio un abrazo era como si la vida le devolviera una réplica exacta de mí.





Abrí el regalo, era un álbum de fotos de él mismo desde que nació hasta su primer día de escuela, yo no sabia que decir la emoción era tan grande que sólo comencé a llorar. Ellos me reconfortaron abrazándome, Sandra no dejaba de mirarme era como si todavía no creyera todo lo que estaba pasando. El poco tiempo que compartí con mi hijo lo disfrutamos al máximo a pesar de mi condición traté de dar lo mejor de mí. Le pedí matrimonio a Sandra y ella aceptó gustosa. Fue una boda sencilla pero feliz, los médicos se quedaban asombrados pues mi mejoría era notable. Samir ya me decía papá e hicimos tantas cosas juntos que sé que él jamás las olvidará.





Fue un mes más tarde: que una tarde después de Samir haberse quedado dormido tomé una decisión muy drástica. No me despedí de nadie sólo quería morir lejos de allí, ya lo que tenia que hacer lo había hecho y no quería causar más dolor ni sufrimiento. Dejé una carta explicando mi decisión y que ya lo tenía todo planeado, que no se preocuparan. Llegué a una cabaña que había rentado cerca de un lago no muy lejos de allí. Esa misma noche mirando el lago y su belleza cerré mis ojos para siempre.


por Glendalis Luyo

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