noviembre 03, 2011

La Nieve no remplaza las Lágrimas [por Glendalis Lugo][escritores invitados]]

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Escritores Envitados
Texto por : Glendalis Lugo
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La nieve iba cayendo como estrellitas que caen del cielo, Grace no dejaba de mirarlas queriendo atraparlas y jugar con ellas todo el tiempo pero sólo podía observarlas desde el cristal de su ventana. Ese día era el funeral de su abuela, cuanto la extrañaría, quería llorar pero ella se lo había prohibido, todavía se acordaba de sus palabras: "Grace, tienes que prometerme que no vas a llorar y cuando sientas tantas ganas de hacerlo ve a mi cajón y encontrarás un libro, Mi Diario de Vida, allí vas a encontrar una llave, con ella abrirás un cofre que tengo guardado en el sótano pero prométeme que no vas a llorar y que sólo cuando ya no puedas contenerte abrirás el cofre", le decía sonriendo. Ella había preguntado que contenía el cofre pero nunca le había contestado, había muerto la mañana siguiente y como le prometió no había llorado, incluso en el funeral no lo hizo, ni en mucho tiempo después.

Habían pasado diez años de la muerte de la abuela, ella ya había crecido y era toda una mujer; estudiaba medicina y ya no vivía con sus padres, el tiempo era muy poco para visitarlos pero pronto lo haría. Un día recibe una llamada de su madre diciéndole que iban a vender la casa de la abuela y dejarle el dinero en un fideicomiso para sus estudios, que hiciera todo lo posible por visitarlos porque unos papeles requerían su firma. Por primera vez después en diez años sintió una tristeza que le traspasaba el corazón recordando a su abuela.
Había dejado de pensar en ella para no sufrir, sólo recordaba los momentos alegres con ella, pero ese día se acordó de aquella promesa que le cambió la vida, jamás había vuelto a llorar ¿en qué se había convertido? se preguntaba ¿qué quería la abuela?, ¿por qué no dejó que la llorara?, jamás lo había entendido. Esperó las vacaciones de la Universidad y emprendió el camino hacia su casa, iba conduciendo el auto a alta velocidad sin la precaución debida, la carretera estaba húmeda porque había nevado pero ella hacía caso omiso del peligro, más adelante atraviesa un ciervo en medio de la carretera, trata de esquivarlo pero por más que frenó, desgraciadamente no pudo evitarlo y lo atropelló, bajó del carro angustiada, esperaba que estuviera vivo, se acercó y sintió que el corazón todavía latía, de una pata del ciervo salía sangre pero sólo fue un rasguño, bajó su maletín del auto y lo curó, el ciervo se levantó tambaleando, éste la miró y se fue corriendo por una vereda, ella conocía ese camino, estaba cerca de la casa y conducía al cementerio.

Condujo el auto hasta el cementerio, creyó ver el ciervo y lo siguió, desapareció detrás de una tumba. Cuando vio el nombre de su abuela en la tumba ya no pudo contenerse, lágrimas corrían por sus mejillas, eran como cuando caía la nieve, frías e incontables. Por fin había llorado, le dijo a la abuela: “he roto la promesa abuela, he llorado, ya no dejo de hacerlo, te amaba tanto, ahora entiendo que si me dejabas llorar, jamás me recuperaría y no sería quien soy, gracias abuela”. Recogió unas flores de un jardín cercano y las dejo en la tumba, vio el ciervo desaparecer en una espesa niebla; llegó a su casa llorando, sus padres la miraron sorprendidos, hacía tanto tiempo no la veían así, ella les contó toda la experiencia con el ciervo y la visita al cementerio.

La abrazaron hasta que ella se tranquilizó, entraron a la casa y cenaron; que delicia era regresar a su hogar, pensaba Grace. Más tarde en la noche fue a la habitación de la abuela, toda permanecía igual, abrió el cajón y encontró el Diario, lo leyó hasta quedarse dormida con la llave en sus manos. A la mañana siguiente cuando aún sus padres dormían bajo al sótano y encontró el cofre, lo abrió, encontró fotografías de la abuela, en todas estaban juntas y sonreían; joyas valiosas que ella recordaba haber jugado con ellas de pequeña que encontró con una pequeña nota que decía: “Grace, mi nieta adorada, cuando abras este cofre habrás roto la promesa, espero que haya pasado mucho tiempo, quiero que sepas que te perdono y que no te quede la menor duda que eres y serás siempre mi tesoro más valioso. Cerró el cofre lloró pero de felicidad, lo llevaría por siempre consigo como lo quería la abuela. Ya realizada la venta de la casa tenía que regresar a su apartamento; antes de partir miró hacia el camino que conducía al cementerio en donde creyó ver la figura de su abuela junto al ciervo, internándose en una blanca neblina, diciéndole, adiós.

Texto por : Glendalis Lugo




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