septiembre 13, 2013

Relato en prosa para tres [por Andrés Canseco Garvizu] [Escritores Invitados]


"He ejecutado un acto irreparable,
he establecido un vínculo".

—Jorge Luis Borges—



Gregorio y Emma eran identificados por su vida juntos. A pesar de que yo los conocía por separado antes de que se unieran, no recuerdo muchos episodios en su mundo individual. Quizás alguna discusión de él en una plaza o algún movimiento de ella al compás de una canción sean las imágenes de un pasado que tenían solos.

Él aprendió a ver a través de ella y  para ella ciertas luces que antes pasaba por alto. Emma, un poco menos compleja, me confesó alguna vez nunca se había sentido tan bien como con él.

No eran la pareja aburrida ni tóxicamente dulce que el lector tal vez está imaginando; por el contrario, eran tan extraños que solamente podrían haberse conectado el uno con el otro. Sus planes de futuro no estaban rígidamente armados, pues las bases de ellos mismos eran débiles. Lejos de preocuparlos, esto los ponía contentos, pues su unión era espontanea y se renovaba día a día.

Pero, aunque a veces duela y sea injusto, hay que entender que tres también es un número en el amor.

Él conoció a la que sería la nueva razón de su vida en momentos de caos y decepción de la sociedad. Ella, que ya venía observándolo, lo sedujo con su historia, sus ideas, su efervescencia y sus utopías; el fuego que ella le mostraba superó a la rara dulzura que Emma despendía. Y es que con su nueva amante sentía que se comprometía en una felicidad menos egoísta, que alcanzaba a más de a dos o una hipotética familia, algo más grande.

Hablé con Gregorio un par de veces, le dije que la nueva relación que había entablado iba a destruirlos a los tres. Incluso la muerte era un posible destino si seguía ese camino. Nunca quiso hacer caso de ese consejo. Entonces, por el aprecio a Emma y porque era lo correcto, le pedí que al menos le confesase la existencia de su nuevo amor y de que ya venía relacionándose con ella.

Así lo hizo.

Emma quedó devastada. En su boca tenía palabras de ruego, pero nunca las pronunció. Vio en los ojos de Gregorio que existía alguien más que lo había conquistado.

Una frase última, con una frialdad y convicción monstruosas.

—Estoy decidido. Me voy. Gracias por todo. Nunca te olvidaré, Emma.

Gregorio tomó su bolso de viaje, una mochila muy pesada llena de apuntes y libros, el sombrero que guardaba para ocasiones especiales y una nueva pistola. Se fue tras los pasos y direcciones de su nueva compañera, amante, dueña y perdición a la vez. Ella se llamaba Rebelión.
Compartir