"He ejecutado un acto irreparable,
he establecido un vínculo".
—Jorge Luis Borges—
Gregorio y Emma eran identificados por su vida juntos. A
pesar de que yo los conocía por separado antes de que se unieran, no recuerdo
muchos episodios en su mundo individual. Quizás alguna discusión de él en una
plaza o algún movimiento de ella al compás de una canción sean las imágenes de
un pasado que tenían solos.
Él aprendió a ver a través de ella y para ella ciertas luces que antes pasaba por
alto. Emma, un poco menos compleja, me confesó alguna vez nunca se había
sentido tan bien como con él.
No eran la pareja aburrida ni tóxicamente dulce que el
lector tal vez está imaginando; por el contrario, eran tan extraños que
solamente podrían haberse conectado el uno con el otro. Sus planes de futuro no
estaban rígidamente armados, pues las bases de ellos mismos eran débiles. Lejos
de preocuparlos, esto los ponía contentos, pues su unión era espontanea y se
renovaba día a día.
Pero, aunque a veces duela y sea injusto, hay que entender
que tres también es un número en el amor.
Él conoció a la que sería la nueva razón de su vida en
momentos de caos y decepción de la sociedad. Ella, que ya venía observándolo,
lo sedujo con su historia, sus ideas, su efervescencia y sus utopías; el fuego
que ella le mostraba superó a la rara dulzura que Emma despendía. Y es que con
su nueva amante sentía que se comprometía en una felicidad menos egoísta, que
alcanzaba a más de a dos o una hipotética familia, algo más grande.
Hablé con Gregorio un par de veces, le dije que la nueva
relación que había entablado iba a destruirlos a los tres. Incluso la muerte
era un posible destino si seguía ese camino. Nunca quiso hacer caso de ese
consejo. Entonces, por el aprecio a Emma y porque era lo correcto, le pedí que
al menos le confesase la existencia de su nuevo amor y de que ya venía relacionándose
con ella.
Así lo hizo.
Emma quedó devastada. En su boca tenía palabras de ruego,
pero nunca las pronunció. Vio en los ojos de Gregorio que existía alguien más
que lo había conquistado.
Una frase última, con una frialdad y convicción monstruosas.
—Estoy decidido. Me voy. Gracias por todo. Nunca te
olvidaré, Emma.
Gregorio tomó su bolso de viaje, una mochila muy pesada
llena de apuntes y libros, el sombrero que guardaba para ocasiones especiales y
una nueva pistola. Se fue tras los pasos y direcciones de su nueva compañera,
amante, dueña y perdición a la vez. Ella se llamaba Rebelión.
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