Escritores Invitados
por Armando Q.
Relato
Eduard
Conocí a Eduard Vásquez en febrero de 1998, al
terminar un mantenimiento a mi espíritu adolorido, ósea, traducción: después de
haber escrito un texto que prontamente ayudado por la caridad de amistades, pudo
convertirse en un libro. Ya que en principio, fue el miedo, el que se apodero
de mi existencia, me pasa cuando quiero sacar un libro, que permaneció
silencioso en mis adentros, para luego querer publicarlo sin previo aviso, ya
que en esta ocasión este ejemplar tenía cómo hacerse de muchos comentarios, y a
la par, dañar, por lo delicado del tema, pero terminó siendo satisfactorio, y a
la larga gratificante, por los buenos comentarios de personas que han sabido
quedarse en primera fila para ver mi desarrollo como escritor. Queridísimas
personas, que suelen identificarse con mis personajes, otorgando su tiempo para
que las letras que han sido impresas en estas hojas, no queden en el olvido.
Hoy lo vi
sentado, a Eduard, en una banca en el parque Villavicencio, lo vi mirando atento
a un libro que cogía delicadamente con las dos manos, una banca oxidada por el
tiempo anclada al suelo era su palco para ver la ventana de la vida de esta
parte del mundo, y el clima de Lima lo tenía envuelto en un ropaje abrigador,
al acercarme, me di cuenta que estaba leyendo un libro robusto y verdoso que me
resultaba familiar, ojeaba algunas páginas pasadas por aguas mansas de la Novela
que Yo había publicado, un meses después de nuestro primer encuentro, cosa que
me sorprendió. No sabía que Eduard fuera un admirador de mi trabajo. Volteó, y
me regaló una de las sonrisas que suele regalar a amistades de antaño. Fue
cuando recordé, de que aquella vez, cuando nos conocimos, recordé que le conté
como si fuera esta la segunda vida en la que coincidimos, tan natural nos salió
hablar de nosotros mismos, de nuestras vidas y proyectos, le dije a manera de
comentario que iba pronto a publicar un libro que llevaría por tema principal
“la perdida de una persona querida”, fue en ese preciso instante, en que logre
Yo, recordar su entusiasmo, el me comento que no gustaba mucho de la lectura,
pero reparo el silencio de la conversación al decirme que gustoso leería mi
libro.
“dicen que no sueles saber cuánto vale una persona,
hasta que sin aviso previo, dejas de contar con su presencia”. Dicen que los
caminos que han sabido unir a dos personas, han sido unidos por una mano
divina, así es como veo Yo, este encuentro, esta amistad con Eduard, ya que no
sabes cuánto necesitas a esa otra persona querida, hasta que llegas a perderla.
No sabes porqué las personas se cruzan en tu
camino, supe al fin, después de muchos años, el de porqué Eduard estaba aquel
día de 1998, sentado en la misma banca en que Yo, acostumbraba a leer a Márquez, supe por fin,
que las coincidencias si existen.
Pensé en aquel día, ese día de verano de 1998, de
que Eduard solo decía aquellas palabras, para solo quedar bien. – gustoso leería
tu libro- Y si, quedo como un caballero, cosa que me agrado, no quería dañar mi
coraza que con esmero pude forjar, y no quería entrar por la puerta fácil, así
es Eduard, abierto a la posibilidad de que algo le agrade, de no guardarse
nada, de no negar que hay cosas que no le gustan a los demás, pero que le
gustan a él, y viceversa. Eduard el honesto.
Eme aquí, un
día algo nublado por los botones y panzas de burro en el cielo, en que
recuerdo nuestro encuentro para hoy a
las 2 de la tarde en el parque Villavicencio. Fue cuando recordé por la mañana
nuestro encuentro programado semanas atrás, y me dije a mi mismo que podía
hacer un espacio en mi agenda para saludar a mi amigo en aquel parque llamado,
Villavicencio. -¡Que nombrecito ese!, dirán- El nombre se le fue otorgado por
una historia de un hombre y una mujer, este último hijo de Adán, murió
nombrando a su amada en la Avenida que colinda con el parque, iba camino a
encontrarse con su amada en la entrada de esta aglomeración de árboles y
caminos de piedra, que en principio fue conocido como Parque de las Leyendas,
fue cuando el cruce de un auto manejado
por un ebrio le dio primero el encuentro, dejándolo en agonía, para luego solo
gritar que no quería otra cosa, que no sea ver al ser que yacía paciente en una
banca oxidada a pocos metros de su agonía, esperando por fin reunirse, el
muchacho se apellidaba Villavicencio, por ello el nombre, el parque así fue
concurrido siempre por el día de los Enamorados, por la historia que lleva a cuestas; es
concurrido por parejas, por grupos de amigos, siendo un previo encuentro de la
amistad por estas tierras húmedas.
Mis zapatos eran negros, los de él eran de un color
café, su ropaje era de un color oscuro, y la banca algo oxidada, recuerdo,
hacia juego con su vestimenta, el parque Villavicencio es recordado por la vip
società , por ser inspiración de uno de los trabajos del gran pintor Víctor
Ríos, quien pinto a una persona leyendo un libro de Vargas Llosa un lunes por
la tarde para luego convertirse en un pintor de reconocido internacionalmente;
nos saludamos con un abrazo fraterno, el es por unos años, mayor que Yo, pero
eso no nos impidió el seguir con nuestras sonrisas de niños. Cosas que no
importaban, fijarse en el vestir del otro, es solo un tic, o como gusten
llamarlo, una costumbre que se ha hecho parte de mi profesión, soy escritor, y
los detalles siempre me han llamado, tal cual, me encuentro sentado ahora a su
lado, viendo como él se esmera en encontrar un pasaje en el libro de pasta
dura, pero no logra encontrarlo, fue cuando procedió exclamar las palabras diciéndolas
de memoria: la vi rodeada de nubes grises, salir de su letargo, coger su
existencia, para luego irse sin decir Adiós. Sus lágrimas fueron el acabose de
unas sonrisas sin esfuerzo, en mi vida había visto a un hombre llorar, a moco
tendido, nunca, me dijo lo mucho que se identifico con el libro, lo mucho que
le gusto, pero sus lágrimas decían otra cosa; me dijo lo que andaba pasando en
su vida, y lo que significo para él la pérdida de su esposa, me contó que hace
un mes falleció víctima de una enfermedad, la que acabo poco a poco, magullando
su existencia, y haciendo su vida como pareja casi sin ánimos de ser
mencionada, pero su énfasis por dejar en claro que nunca abandono la promesa
que le hizo, el permanecer al lado de su querida esposa, la recuerda cada vez
que cruza la calle para comprar el pan en la panadería de la esquina, la
recuerda cada vez que toma el bus para venir al parque Villavicencio, todavía
el recuerdo esta latente las veces que se sentaban en este mismo banco oxidado,
él leyendo el periódico, ella leyendo algún best seller; pero ahora sin su
compañía, sin ese complemento, sin su presencia. Recuerda todas la veces que ha
pasado por la puerta de la cocina de su casa, sin atreverse a entrar, por el
miedo que encierra ese espacio sagrado que era el sitio preferido de Johana, es
por ello que se mudo con su hijo mayor, y puso en venta la casa que fue herencia
de sus abuelos, la herencia que luego su padre le otorgo, un regalo que ha
pasado de generación en generación, pero que para este tiempo, ha encontrado
estancarse, no quiere pensar en que la alma de Johana se encuentra deambulando
en esas paredes repintada por años, es por ello que piensa que ella, fue lo
suficientemente feliz, como para irse sin dejar pendientes. Fue cuando vi el
anillo en toda su magnificencia todavía siendo portado en la mano de mi amigo.
Pero lo que no acabo de comprender es el de porque quiere vender la casa, la
casa que fue el espacio donde se encierra la esencia de ese ser querido, el
lugar donde hay incontables recuerdos, no lo entendí en aquel momento, tampoco
ahora que escribo estas líneas. Puesto que Yo en principio escribía de los míos,
mis recuerdos siguen siendo mis mas preciados tesoros, y creo lo seguirán
siendo hasta el día de mi muerto, no podría vivir, sin antes, darme tiempo para
escribir de ellos. Son mi motor, mi combustible.
Fue cuando
recordé lo que leí un día en algún recorte de periódico, en el bloque FAMILIA:
los recuerdos son lo único que puede uno llevarse a la tumba, no hay otra cosa
más valiosa, que no sean los recuerdos. Es por ello, que la casa se convierte
solo en algo material, pero Eduard, lleva el recuerdo de su esposa siempre
consigo, vaya a donde vaya, ella seguirá con él.
Fue cuando pensé en Johana, su rostro, la
descripción que me dio Eduard, me resultaba familiar, las veces que hablamos
fueron tan precarias, que no hubo oportunidad, fue cuando su apellido me golpeo
hondo, mi saliva, al punto de ser secarse por la sorpresa, conllevo a que mi boca
fuera un Sahara, y mis manos comenzaron a sudar frío, mi cuerpo se colapso, y
cuando pude volver en si, solo atine a contestar la pregunta de Eduard -¿te
encuentras bien, estas pálido?- si, si, me encuentro bien, dime una cosa
Eduard, ¿Cómo dijiste que se apellida tu Esposa?, -claro, Salas, Johana Salas-
mi respiración se volvió algo tardía, me faltaba el aire, mi carencia de
credibilidad para situaciones que han sido explicadas en libros, situaciones en
donde la coincidencia era cosa de escenas de novelas, de historias salidas de
la mente de un escritor, no me podía ver envuelto en una de esas historias. No
podía creer que la Johana, la esposa de mi amigo, sea la Empera de mi Libro. -¡Así
es!- -como te lo vuelvo a repetir amigo Eduard, no entres en pánico, lo que te
digo es verdad-, él, no dejaba de aferrarse al libro, es cuando su sonrisa se
dejo ver de nuevo –cuéntame Amigo, ¿Cómo es que conoces a mi Johana?-
En enero de este año, me contaron la historia,
quien me la cuenta creo, es una conocida de tu esposa, lo que me contó mi amiga
fue que a esta persona le diagnosticaron una enfermedad que, según como dijo mi
amiga, sería la ultima que padecería. Me sumergí en la historia, y mi amiga,
que vendría a ser, la mejor amiga de tu esposa por lo que me cuentas, resuelve
a contarme cada detalle, y una de las pocas veces en que llegué a ver a mi
Amiga, solo una vez, coincidimos los tres, tu esposa, mi amiga y Yo, en el restorán
Las Cuerdas Blancas, en la Avenida la Esperanza, solían encontrarse con tu
esposa para hablar de la vida, para tomarse unos cafés, creo que la vida quiso
que nos encontráramos querido Eduard, ¿crees en las coincidencias?. –a decir
verdad, Yo no creía en Dios, menos en las coincidencias, pero creo que en mi
posición, en mi desgarro, en mi falta de fe, en este corazón roto porque lo mas
sagrado de mi existencia me fue arrebatado, te puedo decir que me quedan suficientes razones para creer que Dios no existe- Eduard, no te diré que
creas, mas solo te puedo decir que por mas que pienses en ello, no podríamos
hacer mucho, pero podemos tratar de seguir adelante. A mi amigo se le notaba la
ausencia de su alma, se le oxidaba el rostro, y sumergido en sus adentros, me
calle para poder escucharlo atentamente, ya que al ver su dolor, lo menos que podía
hacer, era ser testigo de su existencia.
-cuando leí tu libro, sacaste cosas que en verdad,
solo Yo creía saber, atinaste hasta en como tomaba el café, hasta podría pensar, que
en tu imaginación, te hiciste amante de Johana, al punto de conocer de qué lado de la cama dormía, te puedo confesar que sentí
celos, de cómo puedes, con palabras, expresar sentimientos que lo llevan a uno a
pensar en su mísera vida, y crear escenas que luego, te podría decir que viví
con ella, pensar también que fuiste testigo silencioso de nuestro amor, te
metiste en su piel, para poder crear un personaje casi idéntico al de la carne,
pero lo que mas me llamo la atención, fueron los detalles y en cómo la resucitaste
en 230 paginas, no me he separado de tu libro desde entonces, desde aquella vez
que logré verlo en un estante en la librería El Crisol, pues tu nombre en la
pasta me resulto un llamado, y fue cuando mis manos comenzaron a temblar, y sentí
un empujón, el que me ayudo a traspasar la puerta, allí estaba, de pasta
verdosa, y cuando leí el titulo formado de una sola palabra, el nombre de
Empera, rodeado de girasoles y dulces azucenas, me sentí atraído por ese conjunto
de palabras, y el prologo escrito por Liseth Quiñones me resulto una bofetada a
mi existencia. Ya que hasta ese día solo deambulaba por las calles de lima, sin
importarme nada, salido de mi, ausente, ceder a la soledad, a secarme, decidí
en ese momento que debía cambiar y, caminar hacia delante, decidí ya no
sentirme mal, y recobre la cordura, reviví el recuerdo de Johana pero no para
sentir amargura, la recordé sonriente, amable siempre, risueña, la recordé en
cada línea, y me sirvió para seguir adelante, el perderla me ha dolido, y es un
dolor distinto al de una herida en el brazo, si quisieras comparar, seria como
que te amputaran ese brazo para luego amputarte todos los miembros. Sentí
alivio, al darme cuenta, que la vida da segundas oportunidades, y de cómo pueden
las palabras llevarte a conocerte mejor- mi silencio fue en ese instante una
señal para que siga mi amigo hablando, fue cuando entendí, que quien escuchaba
era el Yo Escritor, decidí interrumpirlo, para invitarle un café, al pasar por
la puerta de La Cuerdas Blancas, sentí como su rostro se iluminaba al ver ese
liquido humeante, para luego seguir conversando de la vida, de nosotros mismos,
y el de cómo, nuestros caminos fueron cruzados por una mano divina, aunque sea
mi amigo, quien no cree en ese pequeño detalle.
Escritores Invitados
por Armando Q.
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