tortura
cielo caído
Le preguntan porqué de sus manos
callosas, las que antes sujetaban el mango de la sartén, el guiso ya se habrá
quemado, sus uñas bañadas en tierra, sus cabellos de barro, pero ella no
entrega ninguna respuesta, solo gira el rostro, perdiendo el contacto con los
ojos de su captor. La amarran a la silla, la utilizan cual botella arrancada de
la boca del miserable alcohólico de la esquina, juega con ellos, a que no tiene
miedo, desesperados, los cabellos de barro son agarrados y sin pena, arrancados
de raíz, el grito aguijón, las lágrimas de sal, los dientes rechinan, las
maldiciones se escuchan cual bendiciones de misa, los cuatro hombres solo
siguen su rutina. Los dedos uno por uno caen al suelo, baterías de una radio
defectuosa. La silla crea sus propios sonidos, habla para todos, y calla cuando
el cuerpo deja de moverse. El grito araña las paredes, y los oídos son presas
de ese arranque de locura, uñas rechinando en las paredes del corazón, manos
sin dedos, ojos llorosos ahora fuera del cráneo, el aliento se va, se va, luego
regresa para otro grito mas, uno mas, uno de los hombres ahora sujeta un arma
blanca, la desliza por debajo de sus ropas, las corta en tajadas, las deshace,
la filosa arma hace su trabajo perfectamente, unas horas antes ha sido afilada
para tal propósito, el de ultrajar, despojarla de sus prendas, ahora con sus
muslos al aire, una de sus botas cae al suelo, la otra sigue aun en aquel pie,
descalzo, suele morderse los labios, al sentirse impotente, la siguiente, es
despojada con cólera, sale volando y choca contra la pared aun con sangre de
otras victimas, cada uno le son despojados, pies delicados y, suavemente, sin ruido, caen al suelo,
el dolor es carcomido por un grito que pierde su sonido, un suelo enlodado de sangre, y
una mirada de furia prosigue con su obra maligna, malévola, sucumbe el alcohol
de la venganza, la idea fue en principio asustarla, la idea fue en un principio
hacer de ella un maniquí, la idea fue en un principio, solo dejarla sin ánimos
de vivir. Un plato frío, uno muy frío, unos gruñidos se escuchan, las
carcajadas se expanden al salir del pecho orgulloso de aquellos hombres, que no
tienen porque hacer caso de los ruegos. Ellos esconden cada una de sus
emociones bajo los pasamontañas que la impiden a ella, ver aquellos rostros de
lujuria. El arma blanca cae al suelo, la sangre es un río manso que dirige su
cause a lo tranquilo de la planicie, su forma y color son la profunda elevación
de que el trabajo a sido concluido. Los captores se apuran a detectar algún
signo de vida, no contentos, cogen las bolsas negras, recogen los trozos de lo
que fue un pie, una mano, los ojos, los cabellos, las orejas, salen de aquel
ambiente llenos de aquella sangre que no les pertenece, se dirigen hacia el río
que hoy es caudaloso, y bajo la sombra de la noche, desaparecen la evidencia.
Luego vuelven a la casa, sacuden sus ropas, se limpian, se esmeran por limpiar
su zona de trabajo, recogen las armas que son instrumentos quirúrgicos, las
limpian para cuando sean necesarias, las guardan con mucho cuidado para no
estropear su filo, prenden la leña, para darle calor de la casa, prenden
la estufa, ya en la mesa, cuatro tazas, un café amargo un brindis por otro
trabajo bien echo. Esta noche, celebraran toda la noche. Mas nunca duermen ya que las pesadillas vendrían, lo único a lo que le temen los de cielo caído.
Escritores Invitados
por Armando Q.
|