enero 25, 2013

tortura(cielo caído) [por Armando Q.] [Escritores Invitados]

tortura
cielo caído




Le preguntan porqué de sus manos callosas, las que antes sujetaban el mango de la sartén, el guiso ya se habrá quemado, sus uñas bañadas en tierra, sus cabellos de barro, pero ella no entrega ninguna respuesta, solo gira el rostro, perdiendo el contacto con los ojos de su captor. La amarran a la silla, la utilizan cual botella arrancada de la boca del miserable alcohólico de la esquina, juega con ellos, a que no tiene miedo, desesperados, los cabellos de barro son agarrados y sin pena, arrancados de raíz, el grito aguijón, las lágrimas de sal, los dientes rechinan, las maldiciones se escuchan cual bendiciones de misa, los cuatro hombres solo siguen su rutina. Los dedos uno por uno caen al suelo, baterías de una radio defectuosa. La silla crea sus propios sonidos, habla para todos, y calla cuando el cuerpo deja de moverse. El grito araña las paredes, y los oídos son presas de ese arranque de locura, uñas rechinando en las paredes del corazón, manos sin dedos, ojos llorosos ahora fuera del cráneo, el aliento se va, se va, luego regresa para otro grito mas, uno mas, uno de los hombres ahora sujeta un arma blanca, la desliza por debajo de sus ropas, las corta en tajadas, las deshace, la filosa arma hace su trabajo perfectamente, unas horas antes ha sido afilada para tal propósito, el de ultrajar, despojarla de sus prendas, ahora con sus muslos al aire, una de sus botas cae al suelo, la otra sigue aun en aquel pie, descalzo, suele morderse los labios, al sentirse impotente, la siguiente, es despojada con cólera, sale volando y choca contra la pared aun con sangre de otras victimas, cada uno le son despojados, pies delicados y, suavemente, sin ruido, caen al suelo, el dolor es carcomido por un grito que pierde su sonido, un suelo enlodado de sangre, y una mirada de furia prosigue con su obra maligna, malévola, sucumbe el alcohol de la venganza, la idea fue en principio asustarla, la idea fue en un principio hacer de ella un maniquí, la idea fue en un principio, solo dejarla sin ánimos de vivir. Un plato frío, uno muy frío, unos gruñidos se escuchan, las carcajadas se expanden al salir del pecho orgulloso de aquellos hombres, que no tienen porque hacer caso de los ruegos. Ellos esconden cada una de sus emociones bajo los pasamontañas que la impiden a ella, ver aquellos rostros de lujuria. El arma blanca cae al suelo, la sangre es un río manso que dirige su cause a lo tranquilo de la planicie, su forma y color son la profunda elevación de que el trabajo a sido concluido. Los captores se apuran a detectar algún signo de vida, no contentos, cogen las bolsas negras, recogen los trozos de lo que fue un pie, una mano, los ojos, los cabellos, las orejas, salen de aquel ambiente llenos de aquella sangre que no les pertenece, se dirigen hacia el río que hoy es caudaloso, y bajo la sombra de la noche, desaparecen la evidencia. Luego vuelven a la casa, sacuden sus ropas, se limpian, se esmeran por limpiar su zona de trabajo, recogen las armas que son instrumentos quirúrgicos, las limpian para cuando sean necesarias, las guardan con mucho cuidado para no estropear su filo, prenden la leña, para darle calor de la casa, prenden la estufa, ya en la mesa, cuatro tazas, un café amargo un brindis por otro trabajo bien echo. Esta noche, celebraran toda la noche. Mas nunca duermen ya que las pesadillas vendrían, lo único a lo que le temen los de cielo caído.




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