Escritores Invitados
por Armando Q.
sabanas blancas
Ya la noche cedió terreno al día,
encontrándose ellos, todavía, en el remolino de sabanas blancas. Estar, no ver, conviene no
ver, solo tocar, con las manos, la boca, los ojos pasan a ser testigos, de algo
insólito. Merito para quien invento la seducción, pero ellos no tienen tiempo
para enviarse señales, van de echo, a lo que vinieron a este rincón de la casa.
Sin apretar los dientes, sintiéndose en brazas, uno con el otro, dejándose
llevar, salen de entre las sabanas para poder seguir con su laberinto de pasión,
tomar aire cual submarino de pasiones, descuartizando el ambiente con sus
gemidos y peticiones: así no, muérdeme el cuello, coge mis manos, coge, coge,
no, no, mas fuerte, mas. Descubriendo de nuevo otras poses, otros gemidos
acallados por el pudor, descubriendo que no se conocen del todo, en cada
encuentro algo nuevo, algo que no han de saber, si no fuera porque ahora
comparten la alcoba, las sabanas, el espacio entre ellos. El reloj camina
despacio, un cómplice silencioso.
Ella descubre que es mas
apasionada, el descubre que no soporta no poder tocarla, verla ahora en su
regazo acallada por el misterio de los infortunios ocurridos días atrás. Pero
nada impide que puedan reunirse, y explorar sus cuerpos, bajo la luz de los
faroles quemantes, descolgando las penas, y llegando a despertar aquellos
sueños que de niños, quisieron tocar con la punta de los dedos.
Misteriosamente él decide salir
de la cama, dejándola a ella, todavía dormida, despreocupado de que no porta
prenda alguna, camina por un pasadizo, para dirigirse a una puerta, al
abrirla, un enorme espejo sale a su encuentro, refleja las pecas de sus
hombros, y su rostro todavía adormilado, esperando que haya agua caliente, se
le escucha decir, -diablos, no hay agua caliente- no puede dejar que pase el
tiempo, y a lo macho, deja que el agua y el jabón, hagan su trabajo,
despreocupado, deja que las gotas caigan
a manera de cascada sobre su pecho, hombros y cabeza; pensando que hace
un momento estaban, aquellos cabellos castaños, todavía sobre sus hombros, los
de ella. Olvidando por un momento que es ya tarde, se dispone a cambiarse de
nuevo, cogiendo las ropas del suelo al vuelo. Es cuando la puerta se abre, es
ella, desnuda, su tatuaje en la cadera pasa por sobre su hombro, y es cuando la
desea, nuevamente. Ella gira el grifo, y se baña, mientras que él solo estropea
la atmósfera dejando caer una pregunta. -¿hoy nos vemos en la noche?- ella,
solo calla.
Sin antes decir nada, los zapatos
son cogidos al vuelo, es cuando el cuello de la camisa es un disparate, ella
todavía en el baño, pretende ahora tomarse un baño de tina. Mientras que él,
solo quiere salir del departamento, porque tiene que trabajar temprano, su jefe
no aceptara nuevamente que llegue tarde, pero eso es solo un problema menor.
Ella, enciende la radio, mientras
que la espuma, las burbujas y las sales toman efecto en su cuerpo. Los colores
de aquella pared ahora tienen un tono más celestial. Enciende un cigarro y lo
deja en el filo de una mesa que cae de madura. Los colores se tornan grises, el
sueño la vence, comienza su día, tomando una siesta en la bañera, mientras que
a él, su jefe termina por amonestarlo con 300 pesos, por llegar tarde.
Mal comienzo para él, buen
comienzo para ella, despreocupada, el camisón de seda convierte sus curvas en
una perfecta silueta, mientras que el teléfono va por el tercer llamado.
Es él que se tomo cinco minutos,
para poder llamar, para escuchar su voz, pero ella, no atiende ni de a broma,
sabe ella que es él, y no piensa por nada, contestar el teléfono el día de hoy.
Sube el volumen de la radiola, mientras que él termina por colgar, ella no espera
que nada pase el día de hoy, es él quien termina por desmerecerla por no darse
cuanta que nada es como aparenta.
Él termina por enamorarse, pero
ella, solo quiere un techo celestial, un baño en donde despojarse del barro
acumulado, por cuerpos que deseosos sucumbieron a sus encantos. Él termina por
llamar de nuevo, la historia termina con un teléfono descolgado.