“El
pesimismo de Camus no es derrotista; por el contrario, entraña un llamado a la
acción, o, más precisamente, a la rebeldía”.
-Mario
Vargas Llosa-
7 de
noviembre de 2013: 100 años del nacimiento de Albert Camus.
Tu
nacimiento se dio poco antes de la primera gran herida del siglo XX. Tú
advertirías luego que Europa se moría con la segunda. La miseria te rodeó, pero no quebrantó tu joven espíritu. Un
corazón que aprendía y unos pulmones que fallaban marcaron tu destino cuando el
mundo aún no te abría las puertas como un hombre pleno. Entrega y compromiso te fueron moldeandon, junto a la solidaridad, una
palabra aprendida en un campo de fútbol y reforzada en las tablas de un teatro.
Supiste
sortear adversidades. Emigraste a la Ciudad Luz en busca de un destino de
escritor. Aunque la destrucción asolaba tu ruta, no pudo torcerla.
París
te recibió y un círculo de mentes lúcidas advirtió tu valía. Nunca permaneciste
indiferente ante la injusticia, a pesar de que algunos hayan preferido callar o
colaborar por comodidad. Fuiste francotirador inagotable; intolerantes y
dóciles te tomaron como enemigo. Pero
también
tuviste amigos fraternales y colegas escritores que te valoraron. Tu
sensatez y tu crítica estuvieron en primera línea con valor.
La
guerra pasó y el Nobel recayó sobre ti años después. Tus palabras en Estocolmo dejaron las enseñanzas
para una generación que debía evitar que el mundo se deshaga.
Te
conocí siendo yo muy joven; El extranjero y la crisis del hombre que se halla
lanzado a una existencia sin sentido. Cuando aprendí una pizca más sobre la
vida, reencontré a Meursault en días lluviosos.
El
mito de Sísifo y la filosofía del absurdo a través del personaje griego que,
aunque sea por un instante, saborea la felicidad.
La
peste, con su descripción de la conducta humana en la crisis, dibuja la
solidaridad y el espanto de la desesperación y la distancia.
Tu
ensayo explosivo, El hombre rebelde; todo un freno para la mentira y la
opresión ante una realidad que intenta aplastar y oprimir al individuo.
Con
Bodas
y El verano, sentí convertida en letras la experiencia incomparable de
viajar. Los sitios que se conocen y a los que se retorna son más que
parajes y
espacio; son ideas y palabras que nos ponen en contacto con partes de
nosotros
mismos. Comprendí también, luego de haberlo encontrado frente a frente
en una travesía, la razón de uno de tus tantos personajes que vencerán
el olvido: el mar. Sin duda, son los textos más cercanos y emocionales
en los
que pude conocerte.
Tus demás
escritos y tus obras de teatro abundan en valor y enseñanzas, refugios en los
que es saludable volver a tropezar cada cierto tiempo.
Te
imagino con tu abrigo y tu cigarrillo, consumiéndose recíprocamente por la
tuberculosis.
La
fecha que motiva estas líneas me invita a pensar en un siglo de tu nacimiento;
pero tu muerte también rodea mi mente y –como no me ocurre sólo con un puñado
de autores- me pone algo triste. Borges había dicho alguna vez de Oscar Wilde: “Pensar en él es pensar en un amigo íntimo, que no hemos visto nunca pero
cuya voz conocemos, y que extrañamos cada día”. Algo similar me pasa en estos tiempos contigo. Ese accidente, la
carretera, la fatalidad. No dudo al decir que el mundo hoy sería un poco menos
terrible si no te hubieras ido de él ese día de enero de 1960.
Octavio Paz, quien te conoció y admiró, escribió alguna vez: "Nada fue ayer, nada mañana, / todo es presente, todo está presente, / y cae y no sabemos en qué pozos, /ni si detrás de ese sinfín / aguarda Dios, o el Diablo, / o simplemente Nadie". Exista o no algo más allá, hoy me atribuyo con soberbia justificada la voz del planeta al decirte: ¡Gracias, hombre valiente y rebelde!
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